Os copio el texto que ya he colgado en el foro de Fidelis, por si es de vuestro interés:
He estado echándole un vistazo a un libro de Josep Torró, doctor en Historia por la universidad de Valencia especializado en la Edad Media. El libro en cuestión es
El naixement d'una colonia. Dominació i resistència a la frontera valenciana (1238-1276). Lamentablemente, el libro está en Valenciano (creo que no lo hay en Castellano). De todas formas he querido haceros llegar las impresiones que se recogen en el capítulo
Host i Cavalcada: L’aparell militar feudal.No he podido resistirme a copiar algunos fragmentos en Valenciano. Estoy seguro de que los entenderéis perfectamente (si no es así, no dudéis en preguntar cualquier cosilla), más que nada porque, aparte de respetar las palabras literales de Torró, me ha parecido a veces que estaba leyendo una crónica medieval
.
La primera parte que me ha llamado la atención ha sido el método de presión de Jaime I para la campaña de Valencia, y también, cómo no, la continua alusión a los perpuntes
. En una segunda parte me ha gustado leer la composición por unidades del ejército aragonés en campaña, con una especial alusión a los almogávares que viene a coincidir con mi concepto de esas unidades de infantería ligera (y que ya expuse hace tiempo en otro foro aunque no me hicieron ni puto caso, je, je...)
Dice Torró que en la batalla del Puig los andalusíes de Zayyan Ibn Mardanish habían formado sus líneas anteponiendo a los combatientes a pie procedentes de lugares de frontera —experimentados pero no profesionales— y a la caballería en retaguardia, junto a los infantes más inexpertos. No fue muy difícil para las fuerzas aragonesas acantonadas en el Puig rechazar a los valencianos: tres cargas seguidas de caballería contuvieron a los atacantes al pie de la elevación, retrocediendo y contraatacando hasta que consiguieron desbaratar las líneas valencianas. La persecución hizo el resto.
Os copio ahora lo que dice acerca de la equipación de la caballería aragonesa:
El guerrer vestia la lloriga —el gonió— i les calces de cota de malles; a sobre es posava el perpunt —túnica encoxada i repuntejada—; es protegia amb un escut, i sobre el cap, el capell de ferro: un casc hemisfèric proveït, de vegades, bé de protecció nasal, bé d’un reforç o aleta perimetral (Riquer 1968: 27-48; Bruñí 1982: 115-157; Menéndez Pidal 1986: 225-263). El cavaller de les campanyes de Jaume I gaudia d’exhibir-se amb el perpunt al cos, el capell de ferro al cap i l’espasa al cinyell; tal i com palesa el Llibre dels Feits, era la forma en què preferia representat: proveït dels signes tangibles de la seua força.Torró dice un poco más adelante que la carga masiva, técnica esencial de lucha por la caballería, era en realidad poco usada (y de hecho en la conquista de Valencia sólo pudo verse en el Puig), pero que también podía verse
aïlladament o en grupos petits. ¿Tal vez las huestes aragonesas habían aprendido la lección de Montfort en Muret en cuanto a la división de toda la unidad en cuerpos de caballería que realizan movimientos tácticos?
Torró añade que la misión principal de la caballería, empero, estribaba en dar protección «blindada y disuasoria» que evitaba ataques en campo abierto cualquier tipo de tropa o caravana en movimiento.
A este respecto nombra la operaciones de tala de la huerta valenciana, dirigidas a propiciar la rendición por hambre. La caballería resultaba aquí muy útil para salvaguardar la ejecución de esas talas, sobre todo teniendo en cuenta la proverbial destreza de la caballería andalusí, que sabemos capaz de presentarse de improviso, hacer una ensalada y retirarse. El texto nos ofrece este curioso esquema, en el que puede verse al ejército aragonés convertido en una máquina de deforestación industrial en tierras de Játiva, con protección de caballería en los flancos de la «cortadora de césped» y los trabajadores cubiertos en vanguardia por líneas de escuderos y ballesteros. Esa pequeña
B de cada flanco de los
talladors son ballesteros individuales, supongo que atentos para evitar infiltraciones de sarracenos que pudieran esquivar a la caballería.
La campaña de Valencia nos ofrece otras particularidades. Por ejemplo, explica Torró que las
cavalcades eran un medio idóneo para intimidar a la población y también para conseguir botín. Dado que una cabalgada requería capacidad de movimiento, y aunque ocasionalmente participaban
peons de les viles (supongo que se refiere a la infantería de las milicias villanas, como la de Teruel) eran acciones propias de los caballeros y sus escuderos y, en ocasiones, de grupos de almogávares. Cuando se planteaba atacar un recito fortificado, las máquinas eran imprescindibles, pero no se construían
in situ, como era habitual, sino que se hacían transportar por tierra o mar.
En la parte en que Torró describe los asedios, nos explica que las máquinas (
fonèvols, manganells, almanjànecs, trabuquets) y las
bastidas eran construidos por técnicos especializados que se buscaban donde fuera (como el ingeniero italiano Nicoloso, que fabricó el trabuquete de Mallorca o la torre de asalto en Burriana).
En cualquier caso, se construyeran ingenios o no y mientras se hacían, los campamentos de asedio se erigían fuera del alcance de los defensores, y cito de nuevo:
En aquest punt de les campanyes, quan el setge a un centre important estava mitjanament consolidat, feien la seua aparició els peons del consells veïnals, procedents de les ciutats i les viles reials d’Aragó y Catalunya (...), el peons anaven armats, en proporcions semblants, uns amb escuts i llances i els altres amb ballestes; el cos el defensaven amb revestiments més lleugers: peces de cuiro o perpunts.Esta infantería, complementada por fuerzas concejiles a caballo (que obtenían un botín mayor) no era usada sin embargo como tropa de choque, sino como complemento a las acciones de las «fuerzas profesionales» a caballo. La faena principal de los peones, aparte de
razzias autónomas en que decidieran aventurarse o de su función auxiliar en los asedios, era precisamente el mantenimiento de las plazas ganadas al enemigo. Eran fuerzas de ocupación.
Pero ojo:
tot aço no vol dir que foren mals combatents. Al contrario, los peones de las villas fronterizas solían ser hombres diestros en el uso de las armas. Sin embargo, el éxito de su actuación se supeditaba siempre a la eficacia de la caballería y el control previo del territorio.
Molts d’ells —bé por falta de patrimoni, bé per l’oportunitat de grans beneficis— acabarien especialzant-se com a combatents professionals i viurien exclusivament del botins i la captura d’homes, establerts a les zones de frontera o participant en les campanyes militars que es presentaren. Es evident que estic parlant del almogàvers.Con la conquista valenciana y el testimonio de la crónica real asistimos a la primera aparición documentada de este tipo de guerreros, aunque en cantidades poco importantes (el
Llibre dels feits nos habla de grupos de 50 ó 200 hombres diferenciados de otros peones y ballesteros de las villas). El autor nos advierte, no obstante, que también en la conquista de Sevilla se habla de la participación de almogávares cristianos, con lo que la caracterización de estas tropas de infantería ligera llega ya «internacionalizada» y vale lo mismo para Aragón que para Castilla (como valía y seguirá valiendo para la parte sarracena).
Sin duda, nos dice Torró, el origen de los almogávares se encuentra en las compañías o milicias de las villas reales (Powers 1988: 88-89), haciéndose alusión al fuero de Teruel y recordando que la primera manifestación del fenómeno sería la de los
adalides, que guiaban y dirigían a las tropas de los concejos vecinales en sus algaradas.
Los almogávares que participan en las campañas de Jaime I se han especializado en la guerra y han dejado de pertenecer a los cuerpos ordinarios de peones, y así son distinguidos en la crónica. A pesar de que la Onomástica sugiere que muchos almogávares procedían de zonas de montaña, no es del todo exacta la descripción de Desclot de que «són unes gents qui no viuen sinó d’armes, e no estan en ciutats ne en viles, sinó en muntanyes e en boscs».
Torró nos aclara que, aunque sus salidas son constantes, ciertamente tienen casa en las villas, son personas conocidas de sus vecinos y algunos incluso ejercen la almogavería de forma eventual.
En cualquier caso el fenómeno es aún muy limitado en la época de la conquista de Valencia. La aparición masiva de los almogávares y la creación de su estereotipo pertenecen a un momento posterior. Parece suficiente ver que la intensa actividad predadora en las fronteras permite a los almogávares desarrollar técnicas de combate a pie —lanzamiento de jabalinas, sin duda a imitación de sus contrapartes andalusíes— y equipamiento singular, de gran eficacia para la ejecución de golpes de mano en terreno difícil y para poder acometer acciones sin necesidad de la fuerza de caballería pesada.
Así pues, el aparato militar feudal se ofrece como una multitud heterogénea unida sobre todo por el afán de botín: la mesnada real; las órdenes militares; los ricohombres, barones y caballeros —que acuden más voluntad propia y afán de ganancia que por obligación de vasallaje—; los caballeros a sueldo; los peones de los concejos villanos y los almogávares. Y cada unos de estos grupos desarrolla una función determinada y coordinada.
Creo que esto es importante a la hora de eliminar ese extraño concepto que se ha creado acerca de los almogávares y que lleva a identificarlos con una especie de grupo de simpáticos canallas a sueldo más que como lo que eran en realidad: un cuerpo de infantería ligera evolucionado a partir de los grupos de peones de la campaña de Valencia, consecuencia fundamental de las sociedades militarizadas de frontera y azuzados por la actividad militar aragonesa, tanto en la conquista continental como en las campañas de ultramar, y que en última instancia podríamos encontrar también en los ejércitos castellanos y andalusíes y, más tarde, en los granadinos.