Auto de fe inquisitorial
PRIMER CUADRO
Plaza mayor de la villa. A la tarima suben el alguacil y dos soldados, acompañados de un monje. El alguacil hace un llamamiento y lee:
A TODOS LOS HABITANTES DE LA VILLA DE MOYUELA Y MUNICIPIOS DE LOS ALREDEDORES
La Santa Madre Iglesia de Roma, y por su mandato el Tribunal del Santo Oficio bajo el amparo de la Orden de Padres Predicadores de Santo Domingo de Guzmán, hace saber a cuantos la presente escucharan que mañana, domingo, día de San Teodoro, el Inquisidor fray Enrique de Çaragoça, aquí presente, con sus escribanos y soldados de guardia tomará declaración e juzgará a cuantos sospechosos de herejía, brujería o prácticas judaizantes se hallaren en aquesta villa de Moyuela con el fin de limpiarla de idólatras y blasfemos y defender la doctrina de la Santa Iglesia Católica en todas y cada una de las ciudades, castillos y villas de la comarca del Campo de Belchite.
Por ello, se ordena desde este instante a todos los familiares del Santo Oficio que entreguen a la Inquisición sus listas de los sospechosos de tales prácticas o bien los denuncien públicamente ante el Santo Tribunal en este mismo lugar, con el fin de ser iniciada de inmediato la encuesta inquisitorial y erradicar en el menor tiempo posible la mala hierba de la herejía y las tentaciones y ardides del Maligno para mayor gloria del Señor y descanso de los vecinos desta villa.
Murmullos entre el público. Varios actores (dos o tres) presentes entre la multitud, con un lazo verde atado al brazo (son los familiares del Santo Oficio), empiezan a señalar gente al azar entre el público asistente:
Elena: ¡Éste, señor Inquisidor, éste hombre es reo del Santo Tribunal!
Inquisidor: ¡Silencio, mujer! Acércate y dime cuál es su crimen…
Elena sube a la tarima acompañando al hombre de la mano y habla con el inquisidor al oído.
Inquisidor: Ciertamente, que tal es razón para prenderlo… ¡Guardias, atadlo!
Los guardias prenden al hombre y le atan las manos a la espalda.
Armando: ¡Mi señor inquisidor! ¡Esta mujer también merece ser investigada!
Inquisidor: Acércate, buen hombre. Dime de qué la acusas…
Armando sube a la tarima con la mujer agarrada del brazo y habla con el Inquisidor al oído. En ningún momento las acusaciones pueden ser públicas, ya que el reo no puede ni debe saber de qué se le acusa.
Inquisidor (poniendo cara de susto y asombro): ¡Vágame el Cielo! ¡Efectivamente, hijo mío, también ella es sospechosa…! ¡Guardias, prendedla!
La operación se repite tres o cuatro veces y entre los acusados puede haber algún niño del pueblo. Otro será un actor de los presentes (Mariano o Gomi, por ejemplo). Cuando los tres o cuatro acusados están atados sobre la tarima, el Inquisidor toma de nuevo la palabra:
Inquisidor: Bien, bien, ha sido una buena caza. (A los reos) Vosotros, sospechosos de los más nefandos crímenes contra la doctrina de la Iglesia, habéis sido acusados por familiares del Santo Oficio de probada lealtad y virtud. Como es costumbre y obligación de este Tribunal, no os van a ser comunicados los cargos: vosotros sabéis perfectamente de qué sois culpables y por qué habéis sido detenidos. Mañana, después de misa, se desarrollará el interrogatorio. Y hasta entonces permaneceréis bajo la vigilancia del brazo secular. (A los guardias) ¡Lleváoslos y encerradlos para que todos podamos dormir tranquilos esta noche!
Los guardias cogen a los reos y se los llevan hacia la iglesia, liberándolos fuera de escena y dándoles las gracias por su participación…
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SEGUNDO CUADRO
Plaza de la Iglesia. A un lado, la mesa de los inquisidores con dos sillas y dos guardias a los lados. Frente a ella, una silla donde se irán sentando los reos (cuatro, entre ellos un niño y uno de los actores fidelis), que se encuentran de nuevo maniatados al lado de la portada del templo. Sobre la mesa del inquisidor, varios papeles y librotes y una caja de escribanía. Frente a la mesa, sobre varias sillas, un tablero de mesa hará la función de potro de tortura. En otra mesa o en el suelo y apoyados en la pared habrá varios instrumentos inquietantes, todos ellos destinados a causar dolor (cuchillos, punzones, mazas, látigos, un bardiche e incluso un sacabocados para cinturón de aspecto siniestro). Un guardia los irá cogiendo y enseñándolos a los reos para asustarles, utilizando el sacabocados, por ejemplo, como si se hiciese agujeros en las orejas y sonriendo con saña y expresiones dolorosas. El Inquisidor sale de la iglesia y se sienta en su silla, flanqueado por los guardias y con un escribiente a su lado. El escribano se levanta, con un pergamino, y lee:
A TODOS LOS VECINOS DE LA VILLA DE MOYUELA
Habiéndose elaborado la lista de sospechosos y detenido a los mismos para su interrogatorio, ábrese en este momento la pesquisa inquisitorial requiriéndose la presencia de los reos para cuestionar su Fe y sus actos. Contra la costumbre de este Santo Tribunal, es decisión de los inquisidores que el dicho interrogatorio sea público para lección y escarmiento de cuantos lo presencien.
Inquisidor(a los guardias): Procedamos. Traed al primer sospechoso.
Los guardias desatan al primero de ellos (un moyuelano) y lo acompañan a la silla.
Inquisidor (sonriente y paternal, en su papel de "poli bueno"):Sé bienvenido, hijo mío, ante este Santo Tribunal que sólo quiere tu bien. ¿Cuál es tu nombre?
El reo (es de suponer) dice su nombre al Inquisidor y éste, con cara de pocos amigos, le dice al escribano que lo consulte en su lista, a lo que éste responde simplemente con un movimiento afirmativo de cabeza.
Inquisidor (sonriente de nuevo): Muy bien, hijo mío, empezamos muy bien. Y ahora, abre tu alma y cuéntame toda la verdad. ¿Por qué estás ante nos?
Es de suponer que el reo responda que no lo sabe o que está ahí porque lo han cogido por sorpresa. En cualquier caso, el Inquisidor responderá:
Inquisidor: ¿No lo sabes, hijo mío? ¿Tu conciencia no es capaz de recordar en qué has ofendido al Señor o a la Santa Doctrina de la Iglesia? No te preocupes, enseguida arreglamos esto… ¡Guardias, proceded a la tortura!
Uno de los guardias hace levantarse al reo y lo acompaña al potro de tortura. Lo tumba y le quita los zapatos y los calcetines. El reo (se supone) empieza a tomarse la cosa con cierta desconfianza, sobre todo cuando el otro guardia le ata las piernas y le sujeta firmemente los brazos. El Inquisidor se aproxima a su cabeza mientras el primer guardia toma un punzón entre los instrumentos de tortura y cuando parece que va a proceder a clavárselo en los pies o alguna salvajada peor… saca de improviso una pluma y empieza a hacerle cosquillas en las plantas diciendo con evidente cachondeo “tikitikitikitikitiki”…
Inquisidor (al reo, con mucha guasa): ¡Vamos, hijo mío, vamos, abre tu alma! ¿Has blasfemado, has comido carne en viernes de abstinencia, has cometido actos lujuriosos pensando que tales están permitidos por la Santa Madre Iglesia fuera del matrimonio? ¡Confiesa, hijo mío!
Diga lo que diga el reo, tras unos segundos de “tortura insoportable” el Inquisidor proclama:
Inquisidor: ¡Alabado sea Dios, el reo ha confesado su culpa, por lo que se convierte en un reconciliado “de levi”! ¡Guardias, liberadlo y mantenedlo bajo custodia!
Los guardias se llevan al reo confeso y lo dejan a la sombra, dándole las gracias por su participación. La escena anterior, variando levemente el diálogo, se repetirá una vez más con el segundo reo (preferiblemente una chica joven o un niño), que en esta ocasión será torturada sentándola en una silla y atándole las manos a la espalda. El guardia tomará el sacabocados o el punzón y hará intención de ir a horadarle una oreja, pero justo antes de hacerlo lo dejará caer al suelo y empezará a hacerle cosquillas en los costados diciendo nuevamente “tikitikitikitikitiki…” Tras hablar con el Inquisidor, éste proclama:
Inquisidor: ¡Bendito sea Dios, que ya tenemos a dos reconciliados confesos! Pasemos al último. ¡Guardias, traedlo ante el tribunal!
Con esto se inicia un auténtico interrogatorio inquisitorial, tal como se aplicaba en los ss. XIV y XV.
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TERCER CUADRO
El tercer reo está muy asustado. Es culpable de haber realizado prácticas demoníacas y es consciente de ello, pero no está dispuesto a confesar. El interrogatorio comienza igual que en los casos anteriores:
Inquisidor (sonriente): Bien, bien, bien… ¿Qué tenemos aquí? ¿Cuál es tu nombre, hijo mío?
Martín (tartamudeando): Ma... Martín me llamo, se.. señor, nacido en la villa de Belchite, ¡pe... pero soy cristiano viejo, soy inocente de cual... cualquier…!
Escribano (interrumpiendo enérgicamente): ¡Silencio, Martín de Belchite! ¡Hablarás sólo cuando se te pregunte!
Inquisidor (se levanta y da vueltas alrededor del reo, que está sentado en la silla, como estudiándolo, con las manos a la espalda y muy sonriente): Vamos, vamos, por favor, señor escribano. No amedrentemos a este buen cristiano inocente… (Apoya las manos en los hombros del reo y le acaricia suavemente la cabeza) Porque lo eres ¿Verdad? (dice con rabia mientras le agarra del pelo con violencia). Si no lo fueras (el inquisidor lo suelta y sigue con su paseo), no estarías ante este tribunal…
Martín: Así es, señor. No tengo nada de lo que arrepentirme… Os lo juro…
Inquisidor (a todos, abriendo los brazos): ¿Lo véis, hijos míos? ¡No tiene nada de lo que arrepentirse! ¡Y nos lo jura, nada menos! ¡Es un santo varón! ¡Hemos hallado a un justo entre tanto pecador! ¡Aleluya, alabado sea el señor por nuestro hermano Martín!
La alocución anterior ha sido exagerada, demasiado para ser tomada en serio. El reo está muy asustado. El Inquisidor sigue con su tono sarcástico:
Inquisidor: Muy bien, hermano Martín, hijo mío, nuevo santo de la Cristiandad… Si eres inocente, como dices, no tendrás inconveniente en que lo comprobemos… (el Inquisidor se coloca tras el reo y, de improviso, baja la cabeza hasta su oído) ¿No es así?
Martín (lloroso): Señor… yo… no puedo… Sí, sí señor… Yo…
Inquisidor: Calma, calma, mi buen Martín… ¿O debería decir San Martín? Jejejeje… Estamos aquí para ayudarte a abrir tu corazón al Señor. Verás qué sencillo es… (El inquisidor chasca los dedos a los verdugos) ¡Guardias, proceded!
El reo se caga de miedo mientras los guardias lo llevan a tumbar sobre el potro. El reo repite “¡No, no, soy inocente, soy un buen cristiano! ¡Por favor, no me hagáis daño, yo… por favor, noo!”. El Inquisidor se hace oír por encima de los lamentos del reo:
Inquisidor: ¡La mancuerda te ayudará a hacer examen de conciencia! ¡Sólo entonces demostrarás que eres inocente! ¡Guardias, adelante!
Los guardias tumban al reo y le ciñen una cuerda a cada brazo. El reo podrá ir vestido con gambesón o llevar una prenda gruesa que le impida sentir dolor, en cualquier caso durante la dramatización de la tortura se evitará infligir el más mínimo daño al actor que interpreta al reo. La tortura consistirá en introducir un palo entre el brazo y la cuerda y dar vueltas al mismo a la manera de un torniquete. Durante el interrogatorio el inquisidor estará acompañado por el escribano.
Inquisidor: ¡Dí la Verdad, muchacho! ¡Haz que acaben tus tormentos!
Martín (gritando): ¡Soy inocente, señor, soy inocente, yo no he hecho nada, soy buen cristiano! ¡Preguntad a José, el de la fragua, o a Jaime, el de la tahona… ellos sí son culpables!
El inquisidor se vuelve rápidamente al escribano y le dice, muy satisfecho: “José, el herrero, y Jaime, el panadero”. Luego vuelve su atención de nuevo al reo:
Inquisidor: Vamos, vamos, mi buen Martín… Dime la Verdad, tú sabes que ocultas algo… ¡Pero no te va a valer de nada! (A los guardias) ¡Dadle otra vuelta más a la mancuerda!
Los guardias lo hacen (siempre impidiendo que la cuerda ciña demasiado los brazos pero haciendo aspavientos como si estuviesen a punto de cortárselos)…
Martín (gritando): ¡No, mi señor inquisidor, yo no sé nada más! ¡Preguntad por Lucio, el cabrero, tal vez él sepa algo… Aaaaaaaaaaagh!
El inquisidor se vuelve de nuevo al escribano, con gran satisfacción: “Lucio, el cabrero”…
Inquisidor: Lo estás haciendo muy bien, Martín. Muy bien… ¡Pero no es suficiente! (Al guardia, con una sonrisa diabólica) ¡Guardia, este hombre parece sediento! ¡Dale de beber!
Los guardias sueltan las mancuerdas y uno de ellos toma un paño de lino. Lo coloca sobre la boca del reo y, sobre esta, apoya un embudo. Luego, mientras el otro guardia sujeta el embudo un poco levantado (para evitar que el actor se asfixie), deja caer sobre el embudo un cubo de agua, muy despacio, de modo que ésta salga del embudo y no llegue a entrar en la boca del reo. Este tormento era conocido como “el agua” y tenía como fin asfixiar al reo por falta de capacidad para tragar y respirar. En el caso de que el actor tenga las narices taponadas, se prescindirá del embudo y se dejará caer el agua directamente sobre la cara (no la jodamos). El reo hace grandes aspavientos, simulando el ahogo. El Inquisidor interrumpe la tortura y el reo queda con la cara descubierta…
Martín (desesperadamente, ahogándose y tosiendo): ¡POR BELCEBÚ Y SUS ADORADORES, DETENED YA ESTE TORMENTO, OS LO IMPLORO!
Inquisidor (asombrado): ¿Por Belcebú, has dicho? ¡Ah, maldito, al fin te has descubierto! ¡Al fin el agua purificadora ha obrado en tí el milagro de la confesión! ¡HABLA!
Martín (incorporándose y hablando mientras busca el aire): Sí… soy… culpable… Al morir mi hijo… durante la Gran Peste… Una bruja me convenció… Me dijo que Dios era cruel… Y que había un amo más benévolo…
Inquisidor (mientras le hace una seña al escribano para que tome buena nota): Y tú ¡infeliz! la creíste y le entregaste tu alma al Maligno…
Martín (jadeando): Así es, ¡maldita sea! Fuimos al cementerio, sacrificamos un gato negro, escupimos a la Cruz, nos acostamos juntos, entre las tumbas, y allí se consumó la venta de mi alma al Príncipe de las Tinieblas… Pero de poco sirvió, ya que mi segundo hijo murió pocas semanas después, atacado también por la peste…
Inquisidor: ¡Pobre ingenuo! ¿Y cómo se llamaba esa bruja maldita?
Martín: Laura, señor. Laura de Pancrudo era su nombre…
Escribano (consultando sus papeles con una sonrisa de satisfacción): ¡Un momento, padre! Ese nombre… Me suena… Creo que lo tengo por aquí escrito… ¡Sí, aquí esta! Laura de Pancrudo, capturada ayer por la tarde en Monforte de Moyuela… (Se vuelve al inquisidor) ¡La tenemos, señor!
Inquisidor (muy satisfecho, frotándose las manos): ¡Excelente! ¡Espléndido! Hoy hemos hecho una grata labor a los ojos del Altísimo. La Luz de la Verdad vuelve a iluminar esta noble villa de Moyuela. (Alzando los brazos al cielo) ¡Alabado sea Dios!
TODOS: ¡Bendito sea el Señor!
El Inquisidor se vuelve hacia el reo
Inquisidor: Has abierto tu alma a Dios Nuestro Padre, Martín… Pero debes ser castigado por tu horrible pecado. Por haber confesado tu crimen serás penitenciado de vehementi, no como relapso, pero no creas por ello que quedará sin purgar tu espantosa falta. Dentro de una semana se te conducirá al Auto de Fe, en Zaragoza, donde se decidirá tu destino… ¡Guardias, maniatadlo y lleváoslo!
Mientras los guardias atan al reo y se lo llevan, alelado y con paso inseguro, el Inquisidor se vuelve hacia al público:
RESPONSO FINAL
Querido público: de este modo, o de forma muy parecida, tenía lugar hasta hace escasamente doscientos años el interrogatorio a los reos del Santo Oficio en la oscuridad de las mazmorras inquisitoriales, en la misma Torre del Trovador de la Aljafería de Zaragoza, por ejemplo. Hoy hemos querido traeros hasta aquí también una de las razones por las cuales estamos convencidos de que no todo tiempo pasado fue mejor. Gracias a todos por vuestra asistencia y por vuestra participación en el drama, que ha sido interpretado por los actores de:
Fidelis Regi
ACHA y
Arcoflis
... para los que os pido un fortísimo aplauso.
¡MUCHAS GRACIAS!
FIN