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| LEYENDAS DE ARAGÓN | |
| | Autor | Mensaje |
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Celestino Carrecedo
Cantidad de envíos : 129 Localización : Montes Torozos Fecha de inscripción : 07/07/2009
| Tema: LEYENDAS DE ARAGÓN Lun Sep 28, 2009 8:29 pm | |
| Aragón es tierra de leyendas, desde la cumbre del Aneto, hasta el Albarracín, pasando por Los Monegros, la convierten en una tierra llena de las más variopintas historias y misterios. Muchos de estos cuentos, tienen su origen en el medievo, cuando los juglares iban de pueblo en pueblo entreteniendo a las gentes. La visita que tuvimos la suerte de hacer ayer a Aínsa, me ha animado a escribir sobre este apartado importante de la historia que marca a un territorio. La leyenda o la realidad...quién sabe... ************************ LA CAMPANA DE HUESCA El caso es que la ciudad de Huesca, guarda, entre otras muchas maravillas, una leyenda bastante tétrica, la famosa "Campana de Huesca". Reinaba Ramiro II "El Monje", los nobles y potentados de su reino no le eran del todo fieles . El Rey, preocupado ante esta situación decidió consultar al abad de su antiguo monasterio para ver como resolver el problema. Éste, prácticamente sin palabras, le mostró como cortaba en su huerto las coles que destacaban excesivamente sobre las demás. Así, Ramiro II sacó sus propias conclusiones. Convocó en 1136 a los nobles a Cortes en Huesca para comunicarles que iba a hacer una fabulosa campana que se oyera en todo el reino. Y ciertamente sonó en todos los sitios, ya que conforme los nobles llegaban a su palacio los fue decapitando uno a uno, para después colgar sus cabezas en un sótano de la residencia real. La imagen de esta masacre es estremecedora y por supuesto inventada, aunque está contrastado históricamente que en una ocasión se sublevaron ante su poder siete aristócratas, y el rey, por muy monje y cristiano que era, no dudó un instante en mandarlos ejecutar. | |
| | | Celestino Carrecedo
Cantidad de envíos : 129 Localización : Montes Torozos Fecha de inscripción : 07/07/2009
| Tema: Re: LEYENDAS DE ARAGÓN Jue Oct 01, 2009 2:56 pm | |
| Las montañas, seres mágicos, algo más que una mole de roca puesta ahí por la mano de quién sabe quién. El hombre y la naturaleza, la naturaleza y el hombre, binomio generador de infinitas historias y leyendas, como esta que cuenta el origen de los Pirineos.
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EL ORIGEN DE LOS PIRINEOS
Pyrene es la ninfa de la mitología clásica de quién legendariamente procede el nombre del Pirineo, o los Pirineos.
Esta leyenda trata de explicar cómo surgieron unas montañas que recibieron de los primitivos habitantes el culto correspondiente a un Dios.
Cuenta la leyenda que el héroe Heracles vino a la Iberia, con el objetivo de robar los bueyes de Gerión, gigante monstruoso que trató de poseer a la ninfa Pyrene. Pero ésta huyó y se escondió en una zona entre España y Francia. Gerión entonces incendió todo el lugar para encontrarla. Pyrene, a punto de abrasarse, gritó desesperada y lloró, y sus lágrimas crearon los ibones. Heracles la oyó y acudió en su auxilio. Cuando la encontró, la ninfa estaba ya moribunda y sólo tuvo tiempo de contar al héroe lo ocurrido.
Heracles, conmovido por el trágico final de Pyrene, levantó un mausoleo sobre su cuerpo muerto, amontonando todas las rocas y piedras que encontró, creando una gran cordillera que llamó Pirineos en recuerdo de Pyrene. | |
| | | AGÓN DE MONTAÑANA
Cantidad de envíos : 473 Edad : 42 Localización : Vechca Fecha de inscripción : 08/03/2008
| Tema: El fuego en aragon Sáb Jun 04, 2011 9:56 am | |
| En algunos lugares de Aragón las hogueras o xeras se encienden al raso, al igual que en la Sanchuanada. El fuego de la tierra anima al fuego celestial a volver a brillar, a encenderse de nuevo tras el solsticio. La luz en la calle servirá también para mantener alejados a los seres malignos que esta noche andan cerca, como luego veremos. El fuego más tradicional, sin embargo, se enciende dentro de la casa, en el fogaril. Y no sirve cualquier madera. Un antiquísimo culto a la Naturaleza pervive en esta costumbre. Hay que elegir un tronco especial, el de un árbol fuerte y longevo, pedir permiso y perdón al espíritu que habita en su interior antes de talarlo, y luego llevarlo hasta el fogaril. Es el rito de la Tronca o del Tizón. Prueba de su importancia en todo el territorio aragonés es la diversidad de nombres que recibe: tronca, tizón, tió, troncada, toza, tronc, choca, zoca, pullizo, rabasa, corniza, cabirón...
El fuego en el centro del hogar, reunida toda la familia en torno a él, un lugar mágico que conecta con el mundo de las almas, de las almetas. Los espíritus de familiares fallecidos se guiarán por el resplandor para volver esta noche a la Casa. La protegerán con su presencia fantasmal, y garantizarán su continuidad. A los espíritus hay que dejarles ofrendas, se les pone en la mesa comida, sobre todo, alubias. Esta costumbre de las donaciones a los antepasados es la que posiblemente evolucionó a través de los siglos a la de los regalos de Navidad.
Y la tronca, ¿sólo había que quemarla en el hogar? No, por supuesto, algo tan importante exige un ritual ancestral, repetido a lo largo de los siglos, y oficiado por algún miembro especial de la Casa. El fuego de Navidad aseguraba la continuidad de la Casa, garantizada por la presencia de los difuntos. Por ello, los encargados del ritual eran el varón más anciano o el más pequeño de la familia. Antes de quemar la Tronca había que bendecirla. Con la bendición y el encendido terminaba la ceremonia en el Pirineo y prepirineo occidental. El oriental y algunas otras zonas de Aragón incluían las baradas para que cagara la Tronca. Había fórmulas para uno y otro caso. Para bendecirla, una oración tipo sería:
"Buen varón, buena brasa; buen Tizón, buena Casa; Dios bendiga al amo y a la dueña de esta casa, y a los que en ella son".
Mientras el crío o el biello recitan las palabras ceremoniales, vierten el vino del porrón sobre la Tronca haciendo una cruz. Se puede bendecir además con las migas de una torta.
Cuando la Tronca tiene que cagar golosinas para los niños, estos deben darle baradas, golpes con las varas, una vez mojadas en agua o rebozadas en ceniza. La cancioncilla infantil es más larga que la bendición y admite más variantes, pero los versos más comunes son:
"Tronca de Nadal Caga turrons y pixa vi blanc"
Algunos pueblos combinan las dos modalidades rituales, bendiciendo y golpeando al Tizón:
"Cabirón, cabirón ¡Caga turrón!".
Con la Tronca bendita se prende el fuego sagrado, comenzando por un extremo, y haciéndolo durar el mayor tiempo posible, variable según las zonas. El poder sobrenatural de la Tronca se transmite a las cenizas. Con ellas se garantiza una fértil siembra si acompaña a las semillas, se mezcla con el fiemo para fertilizante, sirve contra las plagas de los campos y como emplaste sanador de las heridas del ganado. La ropa más blanca es la que se lava con esas cenizas, dicen las ancianas. Además, un trozo de la Tronca no quemado, una tozeta, es talismán protector de entradas a la casa y a las mallatas, y defensor contra las tormentas.
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| | | AGÓN DE MONTAÑANA
Cantidad de envíos : 473 Edad : 42 Localización : Vechca Fecha de inscripción : 08/03/2008
| Tema: NUEIBUENA EN ARAGON Sáb Jun 04, 2011 9:58 am | |
| Se piensa que las bruxas pueden campar a sus anchas en Nueibuena, pues "de las doce a la una anda la mala fortuna". En las casas entran por las chamineras en las que no arde la Tronca, o en las que no hay una cruz dibujada en las cenizas o las tenazas abiertas sobre el calibo; en otras son capaces de penetrar a dar el mal por el estrecho agujero de la gatera, convertidas en gatos negros o en liebres, y sacar por allí al bebé raptado. En esa noche, en muchos pueblos, las bruxas-gato han saltado al cuello de las caballerías y, año tras año, han desangrado lo mejor de la cuadra, clavándoles uñas y dientes. Algunos han tenido la suerte o la picardía de hallar al causante, y han molido a palos al gato. Y al día siguiente se han dado de bruces con la realidad: la anciana de la casa se ha levantado de la cama llena de moratones y magulladuras tras su desgraciada aventura nocturna.
Las iniciadas en las oscuras artes de la brujería, saben que en la Nueibuena tendrán que sacrificar un gato negro, y sacarle los dos ojos. Luego los conservarán en lugar seguro hasta la noche de San Chuan. Con ellos saldrán a las encrucijadas para convertirse en bruxas si son capaces de superar las duras pruebas. Otras bruxas y bruxones tratarán de invocar al Diaple y se atreverán incluso a realizar sus hechicerías en la iglesia durante la misa de Gallo, depositando polvos de murciélago incinerado en el altar y bajo los corporales. En un carrascal que hay entre Rodellar y Las Almunias, en la Sierra de Guara, las bruxas te saldrán al paso si te atreves a cruzarlo en la Nueibuena. Se convierten en gatos y en fuinas, y se plantan delante del caminante, con el pelo erizado y bufando.
Presencia de la muerte y del misterio. El lupo, el lobo, es el símbolo del invierno. Es el cazador del frío, el único que mantiene su fuerza en los meses invernales, que recorre las montañas y congela los corazones de las gentes con sus tristes aullidos. En torno al hogar, las historias del abuelo van desde las del portal de Belén y los pajaricos resucitados por el Niño Dios, hasta las leyendas de los Omes Lupo, o las del Lupo de la Cuesta, que se atreve a llegar hasta las puertas y llevarse a los más pequeños, o las de Mauro, el Pastor de Lobos, capaz de lanzar a la manada salvaje contra el rebaño. O cuentan relatos como éste:
"Una Nueibuena de hace muchos años, un montañés regresaba a casa. El camino estaba cubierto de nieve. Al llegar a un paso entre dos peñascos, notó una sensación de miedo, sin motivo aparente. Intentó seguir adelante, pero el pánico le atenazó y decidió dar un rodeo. A la mañana siguiente regresó al lugar. En torno a la peña descubrió las huellas de un lobo enorme. Sin verlo, el sexto sentido que los montañeses poseen con relación a este fantástico animal, le había avisado del peligro. Ese lupo que esperaba en las peñas, probablemente era el espíritu de la Loba de la Montaña, condenada a encontrar un pastor que no le tema, para poder descansar definitivamente en paz".
Otro grave riesgo se cierne sobre los habitantes de las montañas aragonesas en la Nueibuena: las Fadas d'os Ibons, las Hadas de los Ibones. Los ibones, como es bien sabido, son el hogar de seres feéricos que reciben diversos nombres: fadas, lainas, moras, donas d'aigua. Es un hábitat sagrado, de ahí que subsista el tabú de no escupir ni arrojar piedras en él. Las fadas se encuentran solas en el fondo de sus ibones, de sus moradas gélidas. Por eso tratan de atraer al caminante, y cantan con voces mágicas, como las sirenas. Porque no es tiempo de viajar por el Puerto hacia Francia, la desgracia acecha en la noche del solsticio. Las Fadas d'os Ibons aparecen sobre la superficie, recitan sus encantamientos y caes en sus redes irremisiblemente, desapareces para siempre bajo las aguas negras.
Nueibuenas blancas
Como véis, la Nueibuena no era tan blanca como la pintaron en las películas. En la memoria de nuestros antepasados, permanece la lucha omnipresente entre las oscuras fuerzas del mal y las del bien, tan incomprensibles y sobrenaturales las unas como las otras. Su primitiva fe, no obstante, les permite creer que si dejan encendida la Tronca de Navidad cuando acuden a las "tres" misas de esa noche (sólo ha pervivido la del Gallo), la Señora y su Hijo entrarán en sus casas para calentarse y secar los pañales.
Y luego queda la esperanza de que en la Nueibuena nazcan niños y niñas. Serán personas especiales, porque tendrán Almas Blancas o Espíritus Fuertes. Estarán dotados de un poder innato contra el Diaple y los seres maléficos, combatirán el Maldau de bruxas y bruxones, serán saludadores y sanadores.
Después, la luz del sol irá ganando terreno paso a paso a la oscuridad. El invierno se diluirá entre niebla y viento, la calidez inundará campos y árboles, cosechas y frutos, como un mar verde de primavera. Pero esta será ya otra historia, será la historia que se repite un nuevo año. Y el anciano estará de nuevo allí, para contársela a los nietos, como siempre ha hecho.
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| | | AGÓN DE MONTAÑANA
Cantidad de envíos : 473 Edad : 42 Localización : Vechca Fecha de inscripción : 08/03/2008
| Tema: el abad de Alquézar Sáb Jun 04, 2011 10:01 am | |
| Era yo muy joven. Trabajaba como aprendiz junto al Campanero de Sijena. Llegó a oidos de mi maestro que andaban buscando a alguien para tocar en la Abadía de Santa María de Alquézar. Hacia esa Villa me encaminó. Nada más llegar, subí a ver al Abad. Un hombre normal, ni muy viejo ni muy joven, muy delgado, eso sí, y con una mirada sombría y triste. Apenas habló conmigo. Me aconsejó una casa de huéspedes, me adelantó el sueldo de una semana y me dejó junto a la puerta de la Torre del Campanario. Sólo me dijo: -Después de la primera noche, hablaremos despacio. Nada me indicó de horarios de misas, ni de toques, ni de oraciones; y ningún encargo me hizo. En aquel momento, ante mi primer trabajo de responsabilidad, y llevado por mi inconsciente juventud, sólo me movía una urgencia. Las campanas, para nosotros, son como seres vivos. Mi maestro me había enseñado a quererlas, por no decir a amarlas. A llamarlas por su nombre, siempre de mujer. Yo estaba impaciente por conocer la campana principal de la Abadía, a buen seguro de nombre Santa María. Y no me preocupé de más. A punto de abrir la portezuela para subir al campanario, una vieja se acercó a mí. -Hijo, -susurró- aléjate de la campana encantada. No gusta de manos humanas vivas. Y desapareció entre las sombras de una capilla lateral. Yo había oído muchas leyendas sobre campanas que tocan sólas y cosas así. En realidad, las campanas siempre han tenido que ver con lo sobrenatural y lo misterioso. Mi maestro de Sijena decía que nacieron con el sólo fin de alejar a los malos espíritus, así que sonreí para mis adentros, encendí un cirio, y comencé a subir las escaleras. En apenas una hora, pensaba, podría estrenarme con el toque de la medianoche, ese al que en algunos sitios llaman el del Alma Perdida, que sirve de aviso para rezagados y de ayuda para quienes se demoran extraviados por los caminos. Nada en contra habíame dicho el Abad, y así podría yo caer con buen pie en tan excelente lugar. Faltaba como una hora hora, según digo, pero sin embargo, mi asombro no tuvo límite cuando una compana empezó a sonar. Debía ser una campana descomunal, a juzgar por el estruendo que allí se oía. No, desde luego, no era un cimbalico empujado por el viento, era la mismísima campana de la Agonía tocando a muertos. Fue mi primera reacción la de bajar a toda prisa, pero me contuve. Pudo más la curiosidad que el pánico. Tenía que saber quién estaba tocando, porque de seguro allí había alguien. ¿Sería un usurpador de mi puesto? ¿Acaso el anterior campanero despechado y vengativo? ¿O quizá el mismo Abad poniendo a prueba mi arte y mi destreza? Dejé a un lado el recuerdo de las supercherías de la vieja de la iglesia y subí, muy cauto, los peldaños que me separaban del campanario. Justo al llegar a la vista de la campana, volvió a sonar. ¡Nunca antes escuché un tañido más triste, y al mismo tiempo tan desgarrador, tan violento! Y nunca después lo volví a escuchar. Aquel se introdujo para siempre en mis desgraciados tímpanos. Pero lo peor de todo es que allí no había nadie. Recuerdo que la vela se me apagó, ¡y Dios no lo hubiera querido! Ante mí, lo juro por los clavos del Cristo de Lecina, se me presentó una sombra más oscura que la misma noche, un aletear de pesados hábitos rozó mi piel, y un aliento helador y pestilente me estremeció. ¡Dios, cuán increíble es lo que cuento... mas cuán real es el terror que desde aquella aciaga noche atenaza mis entrañas...! Esto es lo que oí entonces decir al fantasma, y así lo escribo, y sirva el cercano final de mis días en esta tierra como testigo de que lo que digo, verdad es: -Fui en vida Abad de aquesta santa Abadía consagrada a la Señora cuyo nombre no soy digno pronunciar... Sacrifiqué los últimos años de mi cuerpo terrenal con las más duras y espantosas penitencias... Mas mi alma ni tuvo, ni tiene perdón. Porque mi pecado fue y no fue de carne, eternamente deberé pagar... Surgió ante mí aquella sobrenatural belleza sin par, y aún me pregunto por qué, ¿quién lo permitió? ¿por qué aquella aparición en mi solitaria celda a turbar vino mis sentidos e hízome caer? Con el cuerpo de una hada incorpórea hube de folgar en mi inconsciencia pecadora, arrebatado de tan engañosos encantos, y ahora, y por siempre, y por los siglos de los siglos, encontraré palabras a mi dolor en el badajo de esta campana, y mi llanto arrepentido convertiráse en tañer de Oficio de Difuntos... Estas terroríficas palabras se quedaron grabadas en mi alma, no sólo por lo que dijeron, sino por cómo fueron dichas. Llegaban hasta mis oídos desde la sombra del fantasma como un lejano eco, y tras cada frase, la campana tocaba una y otra vez... Hui de allí preso de locura... Supe luego que esa noche murió el Abad con el que yo había apenas hablado unas horas antes. | |
| | | AGÓN DE MONTAÑANA
Cantidad de envíos : 473 Edad : 42 Localización : Vechca Fecha de inscripción : 08/03/2008
| Tema: Silbán Sáb Jun 04, 2011 10:18 am | |
| En los agrestes valles cercanos a Tella, dicen que habitar solía un ser descomunal, Gigante ágil en demasía, de luengos cabellos y enmarañadas barbas, con pieles de macho cabrío el cuerpo cubierto. Y tenía su morada, visible aún en nuestros días, que llaman Espluca de lo Silbán, en una cueva horadada en lo más alto de una pared vertical de roca caliza, y jamás pie humano vivo pisar pudo en su interior, salvo los pequeños pies de una bella zagala, y el amor hacia ésta convirtióse en funesto fin para el Gigante. Contóme la historia un lugareño, oriundo de aqueste antiguo Reyno del Sobrarbe, cuando en mis otrora habituales andanzas topeme con la Fuesa de lo Silbán, y preguntele la causa de tales extremas dimensiones para tamaño lecho mortuorio en roca tallado.
E aquesta historia contome, e tal como El Caminante oyérala, así la cuenta:
El Gigante Silbán era famoso en la comarca por sus constantes robos de ganado. Nadie podía trepar a su guarida, situada a gran altura en una pared vertical de roca caliza. Tan sólo su agilidad, y sus enormes piernas, le permitían subir rápidamente utilizando unas estacas de madera clavadas a modo de escalas, pero tan separadas unas de otras que no servían para las personas de tamaño normal. Las que desde abajo parecían estacas, no eran otra cosa que auténticos y enteros troncos de enebro, algunos arrancados con raíz y todo. Silbán era aún más odiado por otra razón además de los robos: raptaba doncellas, y nunca más se sabía de las desafortunadas. Hasta que en una ocasión, el azar o el destino hizo que se encariñara con Marieta la Pastora, una de las secuestradas. Esta fue la causa que salvó a la muchacha del ígnoto fin al que el monstruo sometió a todas las que la precedieron. Superados los primeros momentos de desesperación y los segundos de profunda tristeza, que pasó Marieta a la entrada de la gruta, mirando el precipicio a sus pies, calibrando incluso la distancia que la separaba de la libertad, si conseguía descolgarse de uno a otro peldaño arbóreo, o de la muerte, si no era capaz, la sagaz aldeana pergeñó su plan. Contaría para ello con lo único que tenía en aquel momento: encantos y paciencia, las dos, virtudes y armas de mujer. Comenzó por engatusar al gigante, que disfrutaba en la boca de la cueva, a la solana, mientras ella le peinaba los larguísimos cabellos otrora enmarañados por la vida silvestre. Tanto se confío Silbán que, cuando dormía una mañana en su regazo, no se enteró de que Marieta se había apartado, dejando la cabeza del gigante apoyada encima de su delantal y éste en la roca donde había estado sentada. Bajo el mandil, la pastora había acumulado una buena cantidad de lana, y el Gigante siguió dormido en la mullida almohada. De la misma lana de las ovejas robadas por el Gigante, Marieta había entrelazado hebras hasta conseguir una larga soga, por la que pudo descolgarse de la cueva, para correr después sin detenerse hasta su pueblo, Salinas de Sin, aunque a sus espaldas escuchaba la voz de Silván, con tonos tristes y desengañados más que airados, que la llamaba: "¡Marieta, Marieta, torna a oscar la mandileta!". Después de eso, Silbán quedó hundido, abatido, roto, como cualquier caballero humano desamorado. Cuentan que durante mucho tiempo se oyó en la noche un lamento rimado en la antigua lengua, que el viento arrastraba hasta los hogares de Tella, de Salinas, de L'Anfortunada... -"Marieta, Marieta, torna con yo, que no te faré treballar y te'n daré toz os diyas leche y chullas pa zenar" (-"Marieta, Marieta, vuelve conmigo, que no te haré trabajar y te daré siempre leche y carne como cena") Dicen también que otras voces, joviales y alegres, acompañadas de música de gaitas, comenzaron a sonar en los montes y en las parideras donde se recogían los ganados. Era la respuesta de los jóvenes pastores y repatanes, dichosos por haber sido el Gigante burlado: -"Mincha-las-te tú, carnuz, que yo me'n boi ta o lugar aunque no prebe la pizca y tienga que treballar." (-"Cometelas tú, carnuz, carroña humana, que yo me voy a mi casa, aunque no pruebe la carne y tenga que trabajar") Pasados algunos días, celebrado el regreso de Marieta con dances y matacía, los ancianos y los mayorales de las aldeas decidieron reunirse. Era necesario librarse del Gigante Silbán. Si una cría había logrado engañarle, era posible la empresa que hasta ahora solo habían imaginado. Tras muchas horas de discusión en torno a la hoguera, llegaron a prevalecer dos posturas. La que defendía Galíndez, apoyada por los más jóvenes, consistía en llegarse hasta el pie de la cueva y prender una inmensa xera que carbonizara los troncos, para dificultar al gigante su descenso y acribillarle en ese momento con hondas y tirachinas. El mayoral Fertús Lo Biello, sin embargo, el más anciano de todo el valle, era de la opinión de que si la sagacidad había vencido una vez, sólo en ella había de pensarse para una segunda y definitiva victoria. Apenas fue apoyada esta su postura, entre otras cosas por la fama de bruxón que habíanle dado al viejo en los últimos tiempos. Ese mismo amanecer, regados los garganchones con abundante vino, los más jóvenes, armados de gayatas, hondas y tirachinas, se aproximaron a la Espluca de Lo Silbán. Sólo tres osaron llegarse hasta la misma base de la cueva, y apunto de encender el chisquero, oyeron despavoridos un ruido como de tormenta: descomunales pedruscos rodaban pared abajo, arrojados por el Gigante que rugía fuera de sí. Huyeron todos los valientes. Y dejaron hacer a Lo Biello. Conocedor de cuantas virtudes encierran yerbas y yerbajos, frutos y flores, preparó un ungüento macerando en noche de luna llena los más ponzoñosos berenos. Acercóse una mañana a la cabaña de La Marieta, con intención de preguntarle por los gustos de Lo Silbán. Y ella, con la que nadie había contado para una venganza justa, no dudó en ofrecer a Lo Biello no sólo atinada información, sino toda la ayuda que estuvo en su mano. Era la leche el manjar del Gigante, y Marieta casi secó las ubres de las ovejas y cabras de su casa. Con la leche en un pozal, y el espíritu del bereno disimulado dentro, anciano y niña llevaron entre los dos el bebedizo hasta el mismo pie de la cueva. Alejáronse y ocultáronse como sólo una zagala puede hacerlo, y desde el escondrijo cantó Marieta con queda voz: "Torna con yo Lo Silbán que no pas deixaré-te'n marchar" (-"Vuelve conmigo, Silbán, que no dejaré que te marches") O la oyó Silbán, o la olió, el caso es que descendió raudo de su cueva. Llegó abajo, como un perro cazador, husmeando a derecha y a izquierda. Casi tropezó con el brebaje. Sin pensarlo, engulló su contenido sin respirar ni una vez. Y tan sólo dos o tres estertores volvieron a salir de sus pulmones. Los justos para regresar trepando a duras penas hasta su agujero y dejar que la negrura de la boca lo tragara para nunca más salir. Puede que el Gigante Silbán muriera a causa del bereno, puede que no, pero desapareció de la comarca. Años después algunos consiguieron llegar hasta arriba, y se atrevieron a entrar. No encontraron nada. Pero todos aseguran que la cueva tiene infinitos recovecos en su interior, y algunos llegan a afirmar, cuando pocos los oyen, que se trata de la misma entrada a los infiernos, a donde Silbán, el Gigante despechado que se enamoró de una pastora, ha vuelto para llorar eternamente sus penas.
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